1.1.11

SOBRE GEOMETRÍA SAGRADA y evolutiva

Aquí podemos compartir reflexiones y experiencias sobre el concepto de la Sagrada Geometría como elemento de evolución, de sanación y de transformación. A modo personal, diré solamente que a mí, el descubrir y constatar los parámetros profundos y significativos de ese 'principio activo' de la geometría y las proporciones... me cambió por completo la vida. 
De momento te invito a que leas algunos de mis ARTÍCULOS al respecto. Pero también puedes acceder a mi mejor libro conceptual sobre: PRINCIPIOS INTELIGENTES DE LA GEOMETRÍA SAGRADA
Tú también puedes participar en este ítem, enviando tus reflexiones a martapovo@geocrom.com

· Texto 01:
   Los patrones básicos de la Geometría son realmente símbolos, patrones o códigos universales; son como un abecedario, o los marcadores de un mapa, señales que indican caminos, cruces, vías o posibilidades de experiencias posibles, dignas de explorar, o pendientes de realizar.
   Los símbolos geométricos son los mediadores entre la Existencia y la Conciencia. Emplearlos conscientemente es una manera de impregnar nuestra existencia de significado, una gran ayuda para ‘prestar atención’ a las energías sutiles y modificar así la realidad con nuestra intervención voluntaria.
   Esos códigos o figuras geométricas armónicas pueden emplearse de forma simple y directa como se hace en la práctica de la Geocromoterapia, mediante la unificación de la luz, los colores y la geometría; de este modo esos arquetipos universales entran y estimulan puntos energéticos o neurálgicos de la existencia humana, para que podamos reevaluarnos a nosotros mismos, abrirnos a nuevas realidades existenciales y expandirnos o evolucionar como seres estelares.
   Cierto es que emplear esas pautas, códigos geométricos o indicaciones para encontrar caminos alternativos más directos, en el hombre crea a menudo resistencias, que son naturales y legítimas desde el punto de vista humano y egoico. Pero esos mismos patrones naturales y expansivos de la geometría armónica son siempre bienvenidos por el alma de cada ser humano, porque es lo que mejor le permite cambiar, mutar, abrir los parámetros de su conciencia actual, re-conocerse, re-evaluarse, trascenderse a así mismo y sincronizarse con la fluidez del Universo.        Marta Povo, 2003



· Texto 02:
   En el universo y en la naturaleza vemos que existen unas pautas funcionales de armonía, desarrollo y plenitud, unas leyes coherentes que determinan la vida, su expansión y su perpetuación. Estas pautas o arquetipos funcionales en nuestra dualidad los podemos expresar geométricamente con figuras bidimensionales y tridimensionales. Es decir, podemos emplear a consciencia los códigos de la geometría sagrada, la simetría y las proporciones áureas, así como podemos emplear la luz con todo su cromatismo dinámico y energético. En 1994 se descubrió que cada polígono geométrico de color contiene una función y un código distinto, una pauta de orden aplicable a los núcleos energéticos del ser vivo; y también se ha visto que el ser humano es sensible y reactivo ante la luz y las pautas geométricas.
   Partimos de que existe una red o campo unificado, por donde los campos mórficos, las ondas geométricas y las lumínicas circulan y estructuran u ordenan la energía de todo lo existente. El funcionamiento del organismo, la energía y de la psicología humana responde (y es sensible) a lo que recibe de este Campo Unificado, porque somos un todo indiferenciado con él, formamos parte de esa red de vida inteligente. Todos los planos existenciales de la vida humana sintonizan constantemente con esa trama unificada del universo, por tanto el ser vivo tiene la capacidad de resonar con ese campo ordenado, estructurado y armónico.
   Todo individuo tiene una capacidad de reordenación y estructuración que responde al fenómeno natural de resonancia, de sintonía y acoplamiento de ondas o campos de energía. No somos insensibles a los campos energéticos del entorno, ni a la fuerza que desprende un sonido, una forma, o un cromatismo. Con las experiencias de la dualidad y las interferencias interpretativas del ego, los hombres tal vez vamos perdiendo esa sensibilidad natural, aunque seguimos conteniendo en nuestra alma y en nuestra memoria genuina el potencial de re-armonización, puesto que la Armonía  y sus leyes, aunque no las conozcamos a fondo, es la composición esencial de la existencia.        Marta Povo, 2008

· Texto 03:

Consagrar, más allá de las antiguas connotaciones religiosas, no es nada más que el acto de asignar un código, una fuerza mayor, es dinamizar o amplificar la energía de algo. Consagrar habitualmente es bendecir, purificar y potenciar. Cuando hablamos de impregnar o consagrar siempre nos referimos a un acto ‘voluntario’.

Toda persona deja un rastro, realiza una impregnación en todo aquello que toca y por todos los lugares que pasa; todos dejamos un rastro porque somos pura energía. Algunos lo llaman impregnación, otros dicen vibración energética, otros lo denominan presencia etérica. Pero eso siempre ‘sucede’ o se manifiesta como un fenómeno natural, automático e inconsciente. Sin embargo, se puede realizar conscientemente y con fines amorosos, curativos o potenciadores; entonces es cuando lo llamamos más propiamente una consagración o bendición.

Cualquier impregnación de la materia es una aportación de energía que cambia su estructura atómica; pero puede estar impregnado de una energía luminosa y expansiva, o bien de una energía pesada, oscura, lenta e involutiva. Todos percibimos cosas o lugares con mucha densidad, y otros sitios son muy ligeros, alegres y frescos. Si la información que implantas y desprendes es amorosa y expansiva, aquello que impregnas, bendices o consagras, también cambiará su composición molecular, su estado vibratorio, su frecuencia, sus características, lo transformará en algo que contagia luz, amor, salud y gozo. Aquello consagrado se transformará en ‘algo nuevo’, distinto de lo que era, por lo tanto lo consagrado y bendecido es una entidad viva que, como todo, interactúa con el entorno.
Consagrar una substancia, como el agua o el aceite (aunque puede consagrarse y bendecirse cualquier objeto o tipo de material, incluso un lugar o una persona…) es imprimirle una codificación o un programa, unas nuevas posibilidades y efectos sobre las personas que lo usan o están en contacto con la sustancia codificada. Los efectos de aquella sustancia no son los mismos que antes, aunque su composición biológica sea idéntica.
Según la finura, la pureza, el poder y la profundidad con la que alguien haya impregnado una substancia, los efectos de aquella codificación pueden llegar a permanecer inalterables en el tiempo. Tradicionalmente tan solo algunos sacerdotes, chamanes, alquimistas y seres con grandes dotes de sensibilidad psíquica y mediúmnica, eran los encargados de bendecir y consagrar lugares, objetos o substancias, pues no todos los seres humanos tienen el canal preparado, educado o entrenado para aportar fuerzas de mayor intensidad a la habitual.
En el antiguo Egipto, el faraón Akhenatón, quien era también un gran místico y un excelente terapeuta, experimentaba constantemente estados superiores de conciencia que le llevaron a descubrir facetas sutiles del efecto terapéutico de los aceites. Según su propias palabras, los aceites representaban un elemento o sustancia por la cual lo sutil y lo sagrado se introduce de un modo más fácil hasta el corazón de la materia densa. Decía que había dos razones por las que eso sucedía;  por un lado, el carácter receptivo de un aceite, es decir, que era muy fácilmente programable o receptivo a la información; por otro lado, su gran capacidad de penetración en el cuerpo.
Las palabras del propio Daniel Meurois, en su libro ‘Así curaban Ellos’, nos revelan que mediante la utilización inteligente y amorosa de un aceite preparado terapéuticamente, Akhenatón estimaba que se podía facilitar o amplificar el descenso del Principio divino solar hasta el seno de la materia. Afirmaba que era además el motivo principal por el que los antiguos ungían con aceite las estatuas, templos y representaciones divinas. Con este acto de ‘ungir’ tenían conciencia de invitar a los Principios invisibles a habitar progresivamente las estatuas, modificando así su tasa vibratoria, transformándolas en ‘pilares energéticos’ para aquel templo y las personas que accedían. En este sentido, el sacerdote, igual que el terapeuta en su rol vehicular, se convertía en un pontífice en el sentido original del término, es decir, en un constructor de puentes.
Todo terapeuta o sanador es, o debería ser, un pontífice, un simple puente, mediador o intermediario entre los Principios sanadores y el enfermo o la enfermedad. Según la calidad del aceite, y por supuesto la calidad del alma del terapeuta o del alquimista, ha sido posible ver en múltiples ocasiones una clara onda energética luminosa procedente del aceite, que va subiendo a través de la red de nadis hasta el chakra que rige el órgano sanado. Entonces el chakra reacciona abriéndose y después, a través de los mismos nadis, se redestribuye esta onda luminosa hasta la zona tratada, pero ahora con una gran dosis de ‘prana nuevo’, según palabras de propio Daniel Meurois, muy conocido por poseer la facultad de leer el aura humana. Se entiende que el ‘prana’ es el alimento básico y espiritual sanador y universal. También explica los cambios de color que produce un aceite esencial, la pequeña hinchazón o expansión del aura y otros efectos.
Él mismo explica que no tiene nada que ver el efecto que produce cualquier aceite, aunque sea esencial o muy bien elaborado, con el efecto de los aceites consagrados. Si su consagración ha sido realizada a conciencia por un ser que es un "sacerdote del alma", es decir, por alguien que haga realmente el papel de puente entre lo divino y lo humano, entre lo sutil y lo denso, entonces ese aceite consagrado o unción tiene unos efectos tremendamente superiores. Se ha podido observar que estas sustancias codificadas, una vez aplicadas, dejan escapar sobre la zona una especie de cono luminoso de un color blanco intenso, un cono cuya base equivale a la zona que ha sido ungida; en ocasiones se ha podido percibir este escape luminoso de hasta cincuenta o sesenta centímetros. Una verdadera consagración no es en ningún caso algo relacionado con una superstición o tipo de folclore. Él mismo dice que ‘consagrar’ constituye realmente una llamada a una Fuerza superior, una Fuerza a la que se ruega que descienda sobre planos más densos; como el nuestro.
Los sacerdotes-terapeutas egipcios y esenios, no contemplaban la utilización de aceites que no fueran consagrados. Los antiguos textos explican que ellos, en sus rituales de bendición, imprimían en el aceite la imagen de un arquetipo, un arquetipo armónico universal cuya visión pedían en sueños o en sus meditaciones. A veces consagraban un aceite especialmente para un enfermo; en este caso, su meditación y su llamada al arquetipo sanador pedían que estuviera directamente centrado a la personalidad y síntomas del enfermo. Tras cada arquetipo recibido, veían (no solo lo veían sino que lo constataban con sus curaciones) la presencia de una ‘cualidad’ o de una ‘función divina’, susceptible de compensar el desequilibrio instalado en la persona alterada.
Estos sabios sanadores nos explican que la mayor parte de los arquetipos que percibían eran de forma geométrica. A través del análisis de sus propias visiones afirmaban que, sumergiéndose en el seno de lo infinitamente sutil de cualquier cuerpo, no descubrían otra cosa que formas geométricas vivas. Estas, decían, se mostraban de forma armoniosa o, al contrario, presentaban signos de anarquía y desorden. Consideraban que el arquetipo llamado a descender en el seno del aceite actuaba como un director de orquesta capaz de volver a sincronizar todo.
En el seno de la comunidad esenia del monte Krmel, narra el autor, existía una especie de diccionario de aceites. Este compendio era muy especializado pues no solo catalogaba y enseñaba la justa fabricación de los aceites a partir de las plantas, sino que indicaba también qué forma geométrica arquetípica se asociaba a cada familia de vegetales, e incluso recomendaba la ‘visualización’ de ese patrón de orden durante el ritual de consagración del aceite. El origen de ese diccionario era egipcio, pues fue de ellos de quienes aprendieron los sanadores esenios, y parece que fue elaborado por los sacerdotes-terapeutas durante la época de Akhenatón. El ideal egipcio era dinamizar un aceite y su planta de origen, mediante una forma geométrica arquetípica y, cuando era necesario o pertinente, en estado expandido de meditación pedir la ayuda de otro arquetipo relacionado al desequilibrio concreto, para personalizar más el remedio o sanación.
No hay nada más cercano a la dinámica actual de la Geocromoterapia que todas esas consideraciones y prácticas antiguas. Sorprendentemente, sin conocer nada al respecto desde el punto de vista histórico, en 1994 viví una de las más intensas experiencias místicas de mi vida. Accedí a un compendio de información respecto a las propiedades y funciones geométricas y lumínicas, concretamente para la sanación del ser humano actual, para poder re-codificar a una persona, un ambiente o una sustancia. De ahí nació y creció, no solo la Geocromoterapia con sus 77 arquetipos, como todo un sistema sanador basado en unos arquetipos universales determinados, sino que nacieron todas las formulaciones específicas de aceites impregnados o consagrados con dichas pautas armónicas, los Arquetipos Geocrom, para dinamizar sustancias y despertar los procesos de la salud bio-psíquica y la evolución anímica.
Fisterra·Novaterra, nuestra pequeña compañía de esencias terapéuticas impregnadas, ha sintetizado tanto en el agua de mar como en los aceites y unciones codificadas, todo ese legado y esa inspiración de hace dos décadas. Simplemente estamos retomando y acogiendo todo ese bagaje sanador y esas perlas de sabiduría, para facilitar una fina y profunda sanación sobre los distintos cuerpos y aspectos existenciales del ser humano. Para nosotras dos, como mujeres de Gaia y antiguas sanadoras, es un honor y una bendición coger de nuevo la antorcha de la Luz y llevarla al mundo.

Marta Povo, 2013